Miguel Hernández

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Me tiraste un limón y tan amargo...

Boca  que arrastra mi boca...

Te me mueres de casta y de sencilla...

Umbrío por la pena, casi bruno...

Por tu pie, la blancura más bailable...

Elegía

Canción del esposo soldado

Rosario dinamitera

Las cárceles

Menos tu vientre...

De la contemplación...

Besarse, mujer...

Nanas de la cebolla

 

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   Me tiraste un limón y tan amargo,

              con una mano rápida y tan pura,

       que no menoscabó su arquitectura

        y probé su amargura sin embargo.

 Con el golpe amarillo, de un letargo

  pasó a una desvelada calentura

        mi sangre, que sintió la mordedura

        de una punta de seno, duro y largo.

Pero al mirarte y verte la sonrisa

        que te produjo el limonado hecho,

a mi torpe malicia tan ajena,

   se me durmió la sangre en la camisa,

        y se volvió el poroso y áureo pecho

    una picuda y deslumbrante pena.

(El silbo vulnerado, 1934)

 

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 Boca que arrastra mi boca

Boca que arrastra mi boca:
boca que me has arrastrado:
boca que vienes de lejos
a iluminarme de rayos.
Alba que das a mis noches
un resplandor rojo y blanco.
Boca poblada de bocas:
pájaro lleno de pájaros.
Canción que vuelve las alas
hacia arriba y hacia abajo.
Muerte reducida a besos,
a sed de morir despacio,
das a la grama sangrante
dos tremendos aletazos.
El labio de arriba el cielo
y la tierra el otro labio.
Beso que rueda en la sombra:
beso que viene rodando
desde el primer cementerio
hasta los últimos astros.
Astro que tiene tu boca
enmudecido y cerrado,
hasta que un roce celeste
hace que vibren sus párpados.
Beso que va a un porvenir
de muchachas y muchachos,

que no dejarán desiertos
ni las calles ni los campos.
¡Cuanta boca ya enterrada,
sin boca, desenterramos!
Bebo en tu boca por ellos,
brindo en tu boca por tantos
que cayeron sobre el vino
de los amorosos vasos.
Hoy son recuerdos, recuerdos,
besos distantes y amargos.
Hundo en tu boca mi vida,

oigo rumores de espacios,
y el infinito parece que sobre mi se ha volcado.
He de volver a besarte,
he de volver. Hundo, caigo,
mientras descienden los siglos
hacia los hondos barrancos
como una febril nevada
de besos enamorados.
Boca que desenterraste
el amanecer más claro
con tu lengua. Tres palabras,
tres fuegos has heredado:
vida, muerte, amor. Ahí quedan
escrito sobre tus labios.

 

Te me mueres de casta y de sencilla:
estoy convicto, amor, estoy confeso
de que, raptor intrépido de un beso,
yo te libé la flor de la mejilla.

Yo te libé la flor de la mejilla,
y desde aquella gloria, aquel suceso,
tu mejilla, de escrúpulo y de peso,
se te cae deshojada y amarilla.

El fantasma del beso delincuente
el pómulo te tiene perseguido,
cada vez más potente, negro y grande.

Y sin dormir estás, celosamente,
vigilando mi boca ¡con qué cuido!
para que no se vicie y se desmande.

(El rayo que no cesa. 1934-35)

 

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 G. A. Bécquer

Rosalía de Castro

 Vicente Aleixandre

Jorge Guillén

Pedro Salinas

Luis Cernuda

Manuel Altolaguirre

Rafael Morales

Caballero Bonald

Luis Antonio de Villena

 

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Umbrío por la pena, casi bruno,

porque la pena tizna cuando estalla,

donde yo no me hallo no se halla

hombre más apenado que ninguno.

Sobre la pena duermo solo y uno,

pena es mi paz y pena mi batalla,

perro que ni me deja ni se calla,

siempre a su dueño fiel, pero importuno

Cardos y penas llevo por corona,

cardos y penas siembran sus leopardos

y no me dejan bueno hueso alguno.

No podrá con la pena mi persona

rodeada de penas y de cardos;

¡cuánto penar para morirse uno!

(EL RAYO QUE NO CESA; 1934-1935)

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Por tu pie, la blancura más bailable,

donde cesa en diez partes tu hermosura,

una paloma sube a tu cintura,

baja a la tierra un nardo interminable.

Con tu pie vas poniendo lo admirable

del nácar en ridícula estrechura,

y a donde va tu pie va la blancura,

perro sembrado de jazmín calzable.

A tu pie, tan espuma como playa,

arena y mar me arrimo y desarrimo

y al redil de tu planta entrar procuro.

Entro y dejo que el alma se me vaya

por la voz amorosa del racimo:

pisa mi corazón, que ya es maduro.

(El rayo que no cesa)

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FRANCISCO DE ALDANA

LUIS DE GÓNGORA

FRANCISCO DE MEDRANO

FRANCISCO DE QUEVEDO

LOPE DE VEGA

ANÓNIMO (SIGLO XVII)

SAMANIEGO

RUBÉN DARÍO

GARCÍA LORCA

PABLO NERUDA

MARIO BENEDETTI

CARLOS MARTÍNEZ AGUIRRE

 

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.

ELEGÍA

(En Orihuela, su pueblo y el mío, se

me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,

con quien tanto quería.)

Yo quiero ser llorando el hortelano

de la tierra que ocupas y estercolas,

compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas

y órganos mi dolor sin instrumento,

a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.

Tanto dolor se agrupa en mi costado,

que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,

un hachazo invisible y homicida,

un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,

lloro mi desventura y sus conjuntos

y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,

y sin calor de nadie y sin consuelo

voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,

temprano madrugó la madrugada,

temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,

no perdono a la vida desatenta,

no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta

de piedras, rayos y hachas estridentes

sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,

quiero apartar la tierra parte a parte

a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte

y besarte la noble calavera

y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:

por los altos andamios de las flores

pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.

Volverás al arrullo de las rejas

de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,

y tu sangre se irán a cada lado

disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,

llama a un campo de almendras espumosas

mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas

del almendro de nata te requiero,

que tenemos que hablar de muchas cosas,

compañero del alma, compañero.

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JORGE MANRIQUE

ROMANCES

LOPE DE VEGA

FRANCISCO DE QUEVEDO

GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER

ROSALÍA DE CASTRO

RUBÉN DARÍO

GABRIELA MISTRAL

ANTONIO MACHADO

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ

PABLO NERUDA

LUIS CERNUDA

GABRIEL CELAYA

ÁNGEL GONZÁLEZ

CARLOS ÁLVAREZ

LUIS GARCÍA MONTERO

LUIS ANTONIO DE VILLENA

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.

CANCIÓN DEL ESPOSO-SOLDADO

He poblado tu vientre de amor y sementera,

he prolongado el eco de sangre a que respondo

y espero sobre el surco como el arado espera:

he llegado hasta el fondo.

Morena de altas torres, alta luz y ojos altos,    

esposa de mi piel, gran trago de mi vida,

tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos

de cierva concebida.

Ya me parece que eres un cristal delicado,

temo que te me rompas al más leve tropiezo,

y a reforzar tus venas con mi piel de soldado

fuera como el cerezo.

Espejo de mi carne, sustento de mis alas,               

te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.

Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,

ansiado por el plomo.

Sobre los ataúdes feroces en acecho,

sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa

te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho

hasta en el polvo, esposa.

Cuando junto a los campos de combate te piensa

mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,

te acercas hacia mí como una boca inmensa

de hambrienta dentadura.

Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:         

aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,

y defiendo tu vientre de pobre que me espera,

y defiendo tu hijo.

Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado

envuelto en un clamor de victoria y guitarras,

y dejaré a tu puerta mi vida de soldado

sin colmillos ni garras.

Es preciso matar para seguir viviendo.

Un día iré a la sombra de tu pelo lejano,

y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo

cosida por tu mano.

Tus piernas implacables al parto van derechas,

y tu implacable boca de labios indomables,

y ante mi soledad de explosiones y brechas

recorres un camino de besos implacables.

Para el hijo será la paz que estoy forjando.

Y al fin en un océano de irremediables huesos

tu corazón y el mío naufragarán, quedando

una mujer y un hombre gastados por los besos.

Viento del pueblo (1936-1937)

(PULSA AQUÍ PARA ESCUCHAR AL POETA RECITAR ESTA CANCIÓN

 

PULSA EN CADA AUTOR PARA LEER POEMAS SITUADOS EN LA GUERRA CIVIL

ANTONIO MACHADO

LEON FELIPE

CÉSAR VALLEJO

VICENTE ALEIXANDRE

RAFAEL ALBERTI

MAX AUB

PABLO NERUDA

MANUEL ALTOLAGUIRRE

RAFAEL MORALES

JOSÉ HIERRO

CARLOS ÁLVAREZ

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ROSARIO DINAMITERA

Rosario, dinamitera,
sobre tu mano bonita
celaba la dinamita
sus atributos de fiera.

Nadie al mirarla creyera
que había en su corazón
una desesperación,
de cristales, de metralla
ansiosa de una batalla,
sedienta de una explosión.

Era tu mano derecha,
capaz de fundir leones
la flor de las municiones
y el anhelo de la mecha.

Rosario, buena cosecha,
alta como un campanario
sembrabas al adversario
de dinamita furiosa
y era tu mano una rosa
enfurecida, Rosario.

Buitrago ha sido testigo
de la condición de ray
de las hazañas que callo
y de la mano que digo.

¡Bien conoció el enemigo
la mano de esta doncella,
que hoy no es mano
[porque de ella,
que ni un solo dedo agita,
se prendó la dinamita
y la convirtió en estrella!

Rosario, dinamitera,
puedes ser varón y eres
la nata de las mujeres
la espuma de la trinchera.
Digna como una bandera
de triunfos y resplandores,
dinamiteros pastores,
vedla agitando su aliento
y dad las bombas al viento
del alma de los traidores.

 

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Yo no quiero más luz que tu cuerpo ante el mío:
claridad absoluta, transparencia redonda,
limpidez cuya entraña, como el fondo del río,
con el tiempo se afirma, con la sangre se ahonda.

¿Qué lucientes materias duraderas te han hecho,
corazón de alborada, carnación matutina?
Yo no quiero más día que el que exhala tu pecho.
Tu sangre es la mañana que jamás se termina.

No hay más luz que tu cuerpo, no hay más sol: todo ocaso.
Yo no veo las cosas a otra luz que tu frente.
La otra luz es fantasma, nada más, de tu paso.
Tu insondable mirada nunca gira al poniente.

Claridad sin posible declinar. Suma esencia
del fulgor que ni cede ni abandona la cumbre.
Juventud. Limpidez. Claridad. Transparencia
acercando los astros más lejanos de lumbre.

Claro cuerpo moreno de calor fecundante.
Hierba negra el origen; hierba negra las sienes.
Trago negro los ojos, la mirada distante.
Día azul. Noche clara. Sombra clara que vienes.

Yo no quiero más luz que tu sombra dorada
donde brotan anillos de una hierba sombría.
En mi sangre, fielmente por tu cuerpo abrasada,
para siempre es de noche: para siempre es el día.

 

 

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LAS CÁRCELES

I
Las cárceles se arrastran por la humedad del mundo,
van por la tenebrosa vía de los juzgados:
buscan a un hombre, buscan a un pueblo, lo persiguen,
lo absorben, se lo tragan.

No se ve, no se escucha la pena de metal,
el sollozo del hierro que atropellan y escupen:
el llanto de la espada puesta sobre los jueces
de cemento fangoso.

Allí, bajo la cárcel, la fábrica del llanto,
el telar de la lágrima que no ha de ser estéril,
el casco de los odios y de las esperanzas,
fabrican, tejen, hunden.

Cuando están las perdices más roncas y acopladas,
y el azul amoroso de las fuerzas expansivas,
un hombre hace memoria de la luz, de la tierra,
húmedamente negro.

Se da contra las piedras la libertad, el día,
el paso galopante de un hombre, la cabeza,
la boca con espuma, con decisión de espuma,
la libertad, un hombre.

Un hombre que cosecha y arroja todo el viento
desde su corazón donde crece un plumaje:
un hombre que es el mismo dentro de cada frío,
de cada calabozo.

Un hombre que ha soñado con las aguas del mar,
y destroza sus alas como un rayo amarrado,
y estremece las rejas, y se clava los dientes
en los dientes del trueno.

 

                      II
Aquí no se pelea por un buey desmayado,
sino por un caballo que ve pudrir sus crines,
y siente sus galopes debajo de los cascos
pudrirse airadamente.

Limpiad el salivazo que lleva en la mejilla,
y desencadenad el corazón del mundo,
y detened las fauces de las voraces cárceles
donde el sol retrocede.

La libertad se pudre desplumada en la lengua
de quienes son sus siervos más que sus poseedores.
Romped esas cadenas, y las otras que escucho
detrás de esos esclavos.

Esos que sólo buscan abandonar su cárcel,
su rincón, su cadena, no la de los demás.
Y en cuanto lo consiguen, descienden pluma a pluma,
en mohecen, se arrastran.

Son los encadenados por siempre desde siempre.
Ser libre es una cosa que sólo un hombre sabe:
sólo el hombre que advierto dentro de esa mazmorra
como si yo estuviera.

Cierra las puertas, echa la aldaba, carcelero.
Ata duro a ese hombre: no le atarás el alma.
Son muchas llaves, muchos cerrojos, injusticias:
no le atarás el alma.

Cadenas, sí: cadenas de sangre necesita.
Hierros venenosos, cálidos, sanguíneos eslabones,
nudos que no rechacen a los nudos siguientes
humanamente atados.

Un hombre aguarda dentro de un pozo sin remedio,
Porque un pueblo ha gritado ¡libertad!, vuela el cielo.
Y las cárceles vuelan.

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  ROMANCE ANÓNIMO     CERVANTES    GÓNGORA    TIRSO DE MOLINA     ESPRONCEDA     ROS DE OLANO  JOSÉ MARTÍ   VALLE INCLÁN ANTONIO MACHADO   JORGE GUILLÉN 

LEÓN FELIPE      DIEGO SAN JOSÉ  GABRIEL CELAYA  JOSÉ LUIS GALLEGO  MARCOS ANA  

JOSÉ HIERRO    MARÍA BENEYTO    ALFONSO SASTRE

  CARLOS ÁLVAREZ   VÁZQUEZ MONTALBÁN      

    LEOPOLDO MARÍA PANERO

 

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De la contemplación

nace la rosa;

e la contemplación, el naranjo

y el laurel;

tú y yo del beso aquél.

. . .

  Besarse, mujer,

al sol, es besarnos

en toda la vida.

Ascienden los labios

eléctricamente,

vibrantes de rayos,

con todo el fulgor

de un sol entre cuatro.

Besarse a la luna,

mujer, es besarnos

en toda la muerte.

Descienden los labios

con toda la luna

pidiendo su ocaso,

gastada y helada

y en cuatro pedazos.

 

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Menos tu vientre

todo es confuso.

Menos tu vientre

todo es futuro

fugaz, pasado,

baldío, turbio.

Menos tu vientre

todo es oculto,

menos tu vientre

todo inseguro,

todo postrero,

polvo sin mundo.

Menos tu vientre

todo es oscuro,

menos tu vientre,

claro y profundo.

(Cancionero y romancero de ausencias, 1938-1941)

 

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NANAS DE LA CEBOLLA

La cebolla es escarcha

cerrada y pobre.

Escarcha de tus días

y de mis noches.

Hambre y cebolla,

hielo negro y escarcha

grande y redonda.

En la cuna del hambre

mi niño estaba.

Con sangre de cebolla

se amamantaba.

Pero tu sangre,

escarchada de azúcar

cebolla y hambre.

Una mujer morena

resuelta en lunas

se derrama hilo a hilo

sobre la cuna.

Ríete niño

que te traigo la luna

cuando es preciso.

Alondra de mi casa,

ríete mucho.

Es tu risa en tus ojos

la luz del mundo.

Ríete tanto

que mi alma al oírte

bata el espacio.

Tu risa me hace libre,

me pone alas.

Soledades me quita,

cárcel me arranca.

Boca que vuela,

corazón que en tus labios

relampaguea.

Es tu risa la espada

más victoriosa,

vencedor de las flores

y las alondras.

Rival del sol.

Porvenir de mis huesos

y de mi amor.

La carne aleteante,

súbito el párpado,

el vivir como nunca

coloreado.

¡Cuánto jilguero

se remonta, aletea,

desde tu cuerpo.

Desperté de ser niño:

nunca despiertes.

Triste llevo la boca:

ríete siempre.

Siempre en la cuna

defendiendo la risa

pluma por pluma.

Ser de vuelo tan lato,

tan extendido,

que tu carne es el cielo

recién nacido.

¡Si yo pudiera

remontarme al origen

de tu carrera!

Al octavo mes ríes

con cinco azahares.

Con cinco diminutas

ferocidades.

Con cinco dientes

como cinco jazmines

adolescentes.

Frontera de los besos

serán mañana,

cuando en la dentadura

sientas un arma.

Sientas un fuego

correr dientes abajo

buscando el centro.

Vuela niño en la doble

luna del pecho:

él, triste de cebolla,

tú satisfecho.

No te derrumbes.

No sepas lo que pasa

ni lo que ocurre.

 

 

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