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Crímenes ejemplares
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CRÍMENES EJEMPLARES SE MONDABA
los dientes como si no
supiese hacer otra cosa. Dejaba el palillo al lado
del plato para, tan pronto como
dejaba de masticar, volver al hurgo. Horas y horas, de arriba abajo, de
abajo arriba, de derecha a izquierda, de izquierda a derecha, de adelante
para atrás, de atrás para adelante, levantándose el labio superior,
leporinándose, Se atragantó hasta el juicio final. No temo verle entonces la cara. Lo gorrino quita lo valiente. |
SOY PELUQUERO. Es cosa que le
sucede a cualquiera. Hasta me atrevo a decir que soy buen peluquero. Cada
uno tiene sus manías. A mí me molestan los granos.
Sucedió así: me puse a afeitar tranquilamente, enjaboné con destreza, afilé mi navaja en el asentador, la suavicé en la palma de mi mano. ¡Yo soy un buen barbero! ¡Nunca he desollado a nadie! Además aquel hombre no tenia la barba muy cerrada. Pero tenía granos. Reconozco que aquellos barritas no tenían nada de particular. Pero a mí me molestan, me ponen nervioso, me revuelven la sangre. Me llevé el primero por delante, sin mayor daño; el segundo sangró por la base. No sé qué me sucedió entonces, pero creo que fue cosa natural, agrandé la herida y luego, sin poderlo remediar, de un tajo, le cercené la cabeza. |
EMPEZÓ A DARLE VUELTA al
café con leche con la cucharita. El líquido llegaba al borde, llevado por
la violenta acción del utensilio de aluminio. (El vaso era ordinario,
el
lugar barato, la
cucharilla usada, pastosa de pasado.) Se oía el ruido del metal contra el
vidrio. Ris, ris, fis, fis. Y el café con leche dando vueltas y más
vueltas, con un hoyo en su centro. Maelstrom. Yo estaba sentado enfrente.
El café estaba lleno. El hombre seguía moviendo y removiendo, inmóvil,
sonriente, mirándome. Algo se me levantaba de adentro. Le miré de tal
manera que se creyó en la obligación de explicarse:
_Todavía no se ha deshecho el azúcar. Para probármelo dio unos golpecitos en el fondo del vaso. Volvió en seguida con redoblada energía a menear metódicamente el brebaje. Vueltas y más vueltas, sin descanso, y el ruido de la cuchara en el borde del cristal. Ras, ras, ras. Seguido, seguido, seguido sin parar, eternamente. Vuelta y vuelta y vuelta y vuelta. Me miraba sonriendo. Entonces saqué la pistola y disparé. |
YO ESTOY SEGURO de que se rió. ¡Se rió de lo que yo estaba aguantando! Era demasiado. Me metía y me volvía a meter la fresa sobre el nervio. Con toda intención. Nadie me quitará esa idea de la cabeza. Me tomaba el pelo: «Que si eso lo aguantaba un niño... ¿Acaso a ustedes no les han metido nunca esas ruedecillas del demonio en una muela cariada? Debieran felicitarme. Yo les aseguro que de aquí en adelante tendrán más cuidado. Quizá apreté demasiado. Pero tampoco soy responsable de que tuviese tan frágil el gaznate. Y de que se me pusiera tan a mano, tan seguro de sí, tan superior. Tan feliz. · · · LA HENDÍ de abajo arriba, como si fuese una res, porque miraba indiferente al techo mientras hacía el amor. ::::: AHÍ ESTÁ LO MALO: que ustedes creen que yo no le hice caso al alto. y sí. Me paré. Cierto que nadie lo puede probar. Pero yo frené y el coche se detuvo. En seguida la luz verde se encendió y yo seguí. El policía pitó y yo no me detuve porque no podía creer que fuera por mí. Me alcanzó en seguida con su motocicleta. Me habló de mala manera: "Que si por ser mujer creía que las leyes de tránsito se habían hecho para los que gastan pantalones". Yo le aseguré que no me pasé el alto. Se lo dije. Se lo repetí. Y él que si quieres. Me solivianté: la mentira era tan flagrante que se me revolvió la sangre. Ya sé yo que no buscaba más que uno o dos pesos, o tres a lo sumo. Pero bien está pagar una mordida cuando se ha cometido una falta o se busca un favor. ¡Pero en aquel momento lo que él sostenía era una mentira monstruosa! ¡Yo había hecho caso a las luces! Además, el tono: como sabía que no tenía razón se subió en seguida a la parra. Vio una mujer sola y estaba seguro de salirse con la suya. Yo seguí en mis trece. Estaba dispuesta a ir a Tránsito y a armar un escándalo. ¡Porque yo pasé con la luz verde! Él me miró socarrón, se fue delante del coche e hizo intento de quitarme la placa. Se inclinó. No sé qué pasó entonces. ¡Aquel hombre no tenía ningún derecho a hacer lo que estaba haciendo! Yo tenía la razón. Furiosa, puse el coche en marcha, y arranqué... .
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Hablaba y hablaba... |
Sembrando
muerte dais más alta vida a este pueblo infeliz, echando a tierra la que al aire oponía, fuerte sierra, dando a torrentes mil, atroz salida. Maltrecho por tu envidia carcomida lo que en escombros tu furor entierra vivo renace dándote otra guerra, los surcos vueltos nube ayer dormida. Si derriba estatuas, mármol queda para nuevas figuras vencedoras. Allá tú con tus máquinas traidoras, aquí nosotros con desnudas manos. A ti la muerte todo te lo veda, cada muerte me da nuevos hermanos.
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