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EL ensayo en el 98

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AZORÍN: Al margen de los clásicos

ANTONIO MACHADO: Juan de Mairena

UNAMUNO: En torno al casticismo

ORTEGA Y GASSET: Notas del vago estío

Azorín ( Al margen de los clásicos)

Querido Juan Ruiz: sosiega un poco; siéntate; las gradas de este humilladero, aquí fuera de la ciudad, pueden servirnos de asiento durante un momento. Has corrido mucho por campos y ciudades y todavía no te sientes cansado. Tu vida es tumultuosa y agitada; quien te vea por primera vez sin conocerte, dirá sin equivocarse cómo eres, cuál es tu espíritu, lo que deseas y lo que amas. Tienes la cara carnosa y encendida; en la grosura de la faz aparecen tus ojos chiquitos como dos granos de mostaza. La nariz, recia, una nariz sensual, avanza como para olfatear olores de yantar o de mujer. Tu pestorejo revela obstinación y fuerza. ¿Y dónde dejamos los labios? Tus labios, Juan Ruiz, son el complemento de esa nariz recia y sensual: son unos labios gordos, colorados, que parecen estar gustando a toda hora mil gratísimos gustores. Has corrido mucho por la vida y todavía te queda que correr otro tanto. Descansa un momento aquí, en la serenidad de la tarde.  Allá en lo alto se yergue la ciudad _Segovia_ ; de esta ciudad tú has dicho que has estado en ella y que en ella no has hallado pozo dulce ni fuente perennal: non fallé poso dulce nin fuente perennal. ¿Qué querías decir con esto? ¿Es simbólico lo que has dicho? ¿Querías tú expresar la tristeza que sientes al no encontrar en la vida un poco de reposo y olvido? Pero el reposo y el olvido no son para ti; tú necesitas la animación, el ruido , el tumulto, el color, las sensaciones enérgicas, los placeres fuertes; tú necesitas ir a las ferias, estar en compañía de los estudiantes disipadores, tratar a las cantarinas y danzaderas; tú necesitas exaltarte, enardecerte con las músicas, los cantos amatorios, las alegres comilonas. El silencio, la paz. el recogimiento íntimo, la emoción delicada y tierna no son para ti. Tú no aspiras a eso tampoco. ¡Ya ves! Ahora, en estos momentos dulces y melancólicos de la tarde que muere, frente a la ciudad, en el sosiego de la campiña, tus ojos no recogen toda esta poesía delicada y profunda; tus ojos _¡oh querido Juan Ruiz_  van hacia aquel caserón, adonde tú dirigirás tus pasos esta noche, y en que tú sabes que hay unas lindas mujeres que cantan y danzan maravillosamente.

 

En febrero de 1903 fuimos nosotros, desde el bullicio de la Corte, en pleno carnaval, hasta la silenciosa Villanueva de los Infantes. Los muros se agrietan y desmoronan; las puertas y las ventanas de los viejos caserones están siempre cerradas; los anobios van calladamente taladrando las maderas. Profunda sensación de reposo y de silencio invadió nuestro espíritu. Desde las afueras del pueblo contemplamos la llanura y seguimos con la vista el camino que se aleja hasta la torres de Juan Abad. La misma tarde de nuestra llegada visitamos la casa en que murió Quevedo. Tiene la casa un zaguán estrecho y un patizuelo con una galería en que se ve una barandilla tosca de madera. A la izquierda, entrando a la casa, se abre una estancia reducida, con una ventana que da a la calle. No puede darse nada ni más sencillo ni más pobre. En tal estancia vino a acabar sus días, lejos del tráfago de las grandes ciudades, en el silencio, en la humildad el hombre que más que nadie en su tiempo había representado la agitación, la energía, el tumulto y la efervescencia de ideas. En la escala social, al lado opuesto del ocupado por Quevedo, polígrafo, poeta, filósofo, diplomático, hombre de acción, podemos imaginarnos a una viejecita de pueblo que no sabe nada ni ambiciona nada: una de estas viejecitas vestidas de negro era quien, al cabo de tres siglos, nos enseñaba la estancia en que murió el grande hombre.

Aquí _nos decía_; aquí, en este cuartito, es donde dicen que murió Quevedo.

*  *  *

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Antonio Machado

(JUAN DE MAIRENA, SENTENCIAS, DONAIRES, APUNTES Y RECUERDOS DE UN PROFESOR APÓCRIFO,  1934-1936)

HABLA JUAN DE MAIRENA A SUS ALUMNOS

_ Señor Pérez, salga usted a la pizarra y escriba: "Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa":

El alumno escribe lo que se le dicta.

_Vaya usted poniendo eso en lenguaje poético.

El alumno, después de meditar, escribe: "Lo que pasa en la calle".

Mairena: _ No está mal.

*  *  *

LA PEDAGOGÍA, SEGÚN JUAN DE MAIRENA EN 1940

_ Señor Gonzálvez.

_ Presente

_ Respóndame sin titubear. ¿Se puede comer judías con tomate? (El maestro mira atentamente su reloj)

_ ¡Claro que sí!

_¿Y tomate con judías?

_ También

_ ¿Y judíos con tomate?

_ Eso ... no estaría bien.

_ ¡Claro! Sería un caso de antropofagia. Pero siempre se podría comer tomate con judíos. ¿No es cierto?

_ Eso...

_ Reflexione un momento.

_ Eso, no

El chico no ha comprendido la pregunta.

_Que me traigan una cabeza de burro para este niño

*   *   *

Al hombre público, muy especialmente al político, hay que exigirle que posea las virtudes públicas, todas las cuales se resumen en una: fidelidad a la propia máscara. Decía mi maestro Abel Martín _habla Mairena a sus discípulos de Sofística_ que un hombre público que queda mal en público es mucho peor que una mujer pública que no queda bien en privado. Bromas aparte _añadía_, reparad en que no hay lío político que no sea un trueque, una confusión de máscaras, un mal ensayo de comedia, en que nadie sabe su papel.

Procurad, sin embargo, los que vais para políticos, que vuestra máscara sea, en lo posible, obra vuestra; hacéosla vosotros mismos, para evitar que os la pongan _que os la impongan_ vuestros enemigos o vuestros correligionarios; y no la hagáis tan rígida, tan imporosa e impermeable que os sofoque el rostro, porque, más tarde o más temprano, hay que dar la cara.

*   *   *

Cuando leemos en los periódicos noticias de esas grandes batallas en que mueren miles y miles de hombres, ¿cómo podemos dormir aquella noche? Dormimos, sin embargo, y nos despertamos pensando en otra cosa ¡Y es que tenemos tan poca imaginación! Porque si vemos un perro _no ya un hombre_ que muere a nuestro lado, somos capaces de llorarle; nuestra simpatía y nuestra piedad le acompañan. Pero también para nosotros, como para Galileo, naturaleza está escrita en lengua matemática, que es la lengua de nuestro pensamiento; y la tragedia pensada, puramente aritmética, no puede convencernos. ¿Necesitamos plañideras contra las guerras que se avecinan; madres desmelenadas, con sus niños en brazos gritando: "No más guerras"? Acaso tampoco serviría de mucho. Porque no faltaría una voz imperativa, que no sería la de Sócrates, para mandar callar a esas mujeres: "Silencio, porque van a hablar los cañones".

* * *

Ejercicios de sofística, por Juan de Mairena

La serie de los números pares es justamente la mitad de la serie total de los números.

La serie de los números impares es exactamente la otra mitad.

La serie de los pares y la serie de los impares son ambas infinitas.

La serie total de los números es también infinita.

¿Será, entonces, doblemente infinita que la serie de los pares y la serie de los impares?

Sería absurdo pensarlo, porque el concepto de infinito no admite ni más ni menos.

¿Entonces, las partes _ las serie par e impar_ serán iguales al todo?

_Átenme Vds.  esa mosca por el rabo, y díganme en qué consiste lo sofístico de este razonamiento.

Mairena gustaba de hacer razonar en prosa a sus alumnos para que no razonasen en verso.

"No hay regla sin excepción, se dice". ¿Es cierto? Yo no me atrevería a asegurarlo. De todos modos, si esta afirmación contiene verdad, será una verdad de hecho, que no satisface plenamente a la razón. "Pero toda excepción _ se añade_ confirma la regla". Cierto que si toda excepción lo es de una regla, donde hay excepción hay regla, y quien piensa la excepción piensa también la regla. Esto ya es una verdad de razón, es decir de Pero Grullo, mera tautología que nadie nos enseña. Hasta aquí el sentido común. Y de aquí en adelante el trabajo ingenioso de la tontería humana.

1º. Si toda excepción confirma la regla, una regla con excepciones sería más regla que una regla sin excepciones, a la cual faltaría la excepción que la confirmase.

2º. Tanto más regla será una regla cuanto más abunde en excepciones.

3º. La regla ideal sólo contendría excepciones.

(Continuar por razonamientos encadenados, hasta alcanzar el vórtice de la estupidez)

Para que la palabra entelequia signifique algo en castellano ha sido preciso que la empleen los que no saben griego ni han leído a Aristóteles. Así la ignorancia puede ser creadora, y lo sería mucho más sin la pedantería que, frecuentemente, le sale al paso.

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Unamuno ( En torno al casticismo)

La tradición eterna es el fondo del ser del hombre mismo. El hombre, esto es lo que hemos de buscar en nuestra alma. Y hay, sin embargo, un verdadero furor por buscar en sí lo menos humano; llega la ceguera a tal punto que llamamos original a lo menos original. Porque lo original no es la mueca, ni el gesto, ni la distinción, ni lo original; lo verdaderamente original es lo originario, la humanidad en nosotros. ¡Gran locura la de querer despojarnos del fondo común a todos, de la masa idéntica sobre que se moldean las formas diferenciales, de lo que nos asemeja y une, de lo que hace que seamos prójimos, de la madre del amor, de la humanidad, en fin, del hombre, del verdadero hombre, del legado de la especie! ¡Qué empeño por entronizar lo seudo original, lo distintivo, la mueca, la caricatura, lo que nos viene de fuera! Damos más valor a la acuñación que al oro, y, ¡es claro!, menudea el falso. Preferimos el arte a la vida, cuando la vida más oscura y humilde vale infinitamente más que la más grande obra de arte.

Este mismo furor que, por buscar lo diferencial y distintivo, domina a los individuos, domina también a las clases históricas de los pueblos. Y así como es la vanidad individual tan estúpida que, con tal de originalizarse y distinguirse por algo, cifran muchos su orgullo en ser más brutos que los demás, del mismo modo hay pueblos que se vanaglorian de sus defectos. Los caracteres nacionales de que se envanece cada nación europea son muy de ordinario sus defectos. Los españoles caemos también en este pecado.

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José Ortega y Gasset (Notas del vago estío)

   Democracia y liberalismo son dos respuestas a dos cuestiones de derecho político completamente distintas.

    La democracia responde a esta pregunta. ¿Quién debe ejercer el Poder público? La respuesta es: el ejercicio del Poder público corresponde a la colectividad de los ciudadanos.

    Pero en esa pregunta no se habla de qué extensión deba tener el Poder público. Se trata sólo de determinar el sujeto a quien el mando compete.    La democracia propone que mandemos todos; es decir: que todos intervengamos soberanamente en los hechos sociales.

  El liberalismo, en cambio, responde a esta otra pregunta: Ejerza quienquiera el Poder público, ¿cuales son los límites de éste? La respuesta suena así: el Poder público, ejérzalo un autócrata o el pueblo, no puede ser absoluto, sino que las personas tienen derechos previos a toda injerencia del Estado. Es, pues, la tendencia a limitar la intervención del Poder público.

   De esta suerte aparece con suficiente claridad el carácter heterogéneo de ambos principios. Se puede ser muy liberal y nada demócrata, o viceversa, muy demócrata y nada liberal.

   Las antiguas democracias eran poderes absolutos, más absolutos que los de ningún monarca europeo de la época llamada absolutista. Griegos y romanos desconocieron la inspiración del liberalismo. Es más; la idea de que el individuo limite el poder del Estado, que quede, por lo tanto, una porción de la persona fuera de la jurisdicción pública, no puede alojarse en las mentes clásicas. Es una idea germánica, es el genio, que pone unas sobre otras las piedras de los castillos. Donde el germanismo no ha llegado, no ha prendido el liberalismo. Así, cuando en Rusia se ha querido sustituir el absolutismo zarista, se ha impuesto una democracia no menos absolutista. El bolchevique es antiliberal.

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