COLLANZO - LLANOS ¿… a dónde el camino irá? | |||||||||||||||||
Llegamos en FEVE a la estación de Collanzo, pasamos el puente y nos ponemos en la carretera por la que caminamos hacia la derecha, llegando en un par de minutos a la iglesia. A su derecha sale una estrecha carretera y por allí vemos un indicador que nos manda a Santibáñez y a La Fuente. Llegamos a Santibáñez en un muy poco, contemplando allí unos rincones muy agradables, con viviendas conservadas con muy buen gusto. Nos dirigimos a la iglesia, el tejo y la fuente, que tiene un agua muy apreciada. La iglesia de S. Juan no tiene culto, es un monumento catalogado y merece una detenida visita y documentarse bien para hacerlo, cosa que se escapa de estas líneas. A su lado crece el enorme y famoso tejo, declarado monumento nacional. Abandonamos este lugar cargado de historia para continuar por la estrecha carretera que nos lleva a La Fuente, adonde llegamos en menos de lo que se tarda en escribirlo. Dejamos a la izquierda la capilla de la Virgen de los Dolores y unos pasos más adelante un magnífico hórreo, compañero de otros que se ven por allí. Este hórreo tiene una decoración muy bien conservada en la cara que da al camino y que sentimos no poder reproducir aquí. [Sabemos de sobra que los caminantes tiene la obligación de admirarse con a belleza de las cosas del camino que recorren… y de lo que no guste,¡a callarse!. Pero, quizá podría encontrarse otro lugar para el amarillo buzón de Correos colocado en la cara más noble del hórreo. Perdón]
Dejamos este hermoso lugar de agradable sabor tradicional asturiano y caminamos a la salida por una pista de cemento, en constante ascenso, que nos acompañará durante casi dos horas, siempre entre prados muy bien cuidados, cerrados con vallas de troncos, y con ganado muy bien alimentado paciendo en ellos. Allá abajo, en el fondo del valle, de la chimenea de una casería solitaria se eleva un humo blanco que sube lentamente. Un par de compañeros, con más entusiasmo que acierto, entonan una canción que no se saben muy bien: “… Asturias, de tus hogares suben blancas espirales como nubes de oración… no te olvides de tu Virgen que en Ella tienes tu protección… ni te olvides de tu amor … ¡ay tralaralará, que tralaralará!” Después de un buen rato de camino, se acaba el cemento; de frente sigue una senda llaneando, por la que nos gustaría entrar para dejar un rato la subida. Pero una curva a la derecha, muy pronunciada y pendiente, es nuestra próxima etapa después de un ligero descanso.
La pista es tan ancha como la que traíamos, pero ahora, acabados los prados, se abre entre un bosque de castaños que se extienden a las dos manos. Se camina sin demasiado esfuerzo, pues se adapta, curveando, a la ladera bastante pronunciada del monte. Encontramos varias fuentes y abrevaderos a lo largo de toda ella, lo que da idea de la importancia ganadera de la zona. Sin dejar la pista en ninguna de las entradas y salidas, algunas de ellas muy sugerentes, vemos como desaparecen casi de repente los castaños para dar paso a un frondoso bosque de robles, uno de los más extensos que hemos visto en mucho tiempo. El paisaje es muy agradable y, cuando el arbolado lo permite, tenemos buenas y amplias vistas, unas veces a una mano y otras veces a la otra, . Llegamos a un punto de mucha atención: es una curva en ascenso muy pendiente y que se revuelve bruscamente a la izquierda. Afortunadamente sale un camino a la derecha en ligero descenso por el que entramos; tiene como unos dos metros de ancho y pronto comienza a descender con mucha pendiente en algunos lugares. Abajo, llegamos a otra intersección; hacia la izquierda se iría hacia unos edificios, uno de buen tamaño, y a unas cabañas, una de ellas solitaria en un prado bastante grande. Nuestra ruta sigue por la derecha, en bajada muy pronunciada, dejando pronto una cabaña de piedra a la derecha. Comienzan luego a verse los prados casi a la mano, muy bien cerrados, casi todos con su cabaña, formando un paisaje de calendario. Dejamos otra cabaña alargada a la derecha mientras el camino baja hacia el fondo del valle. Seguimos descendiendo y en un llano alcanzamos una cabaña, que mostramos en la fotografía, con cobertizo y dos fresnos drásticamente podados frente a ella; poco más adelante vemos a la izquierda un conjunto de cabañas entre las que destaca una pequeña y muy arreglada un poco en alto. Ahora comenzamos a sentir el ruido de agua, lo que nos dice que estamos casi en el fondo del valle, muy cerca del arroyo de Llanos.
Hemos llegado a una curva a derechas; un elemental puentecillo, con dos pequeños postes para indicarlo, nos deja pasar el agua y comienza una pequeña subida, quizá la última que nos llevará a caminar ya a media ladera. A la derecha vemos desde este lado del valle las casas y cabañas que dejamos en la intersección, al otro lado, y entre las que destaca una grande, blanca y solitaria, en el medio de un prado. Pasamos una cabaña de bloques de cemento, con la chimenea al alcance de nuestra mano derecha; caminamos ya siempre en descenso, algunas veces muy pronunciado, acercándonos siempre al fondo del valle. Vemos a la izquierda una fuente con abrevadero en ángulo y al poco notamos en el camino restos de empedrado, lo que nos dice la importancia y el uso que tuvo en sus buenos tiempos. Comenzamos a ver las casas de Llanos, entramos en sus calle y caminamos hacia la carretera. Allí hay un par de alternativas, además de “Casa Kiko” y, si es tiempo de ello, la playa fluvial y el merendero:
1) caminar por la acera de la carretera hacia la derecha para llegarse a Collanzo. 2) caminar unos metros hacia la izquierda para pasar el puente. Así se recomienda y así lo hacemos; cruzamos el río y llegamos a una bonita y agradable senda en la que caminamos hacia la derecha, para seguir con el río San Isidro casi a la mano. No hay nada que decir sobre esta senda; si acaso, que se le agradece lo bien que nos deja caminarla, ya que nos lleva con toda la comodidad hasta una carretera estrecha desde donde vemos Collanzo y la estación a unos metros. En ella terminamos el circuito de un paseo muy tranquilo y encantador que nos puede haber llevado unos doce, o catorce kilómetros más o menos. (Con un desnivel que no llega a los 500 metros, como insiste que lo hagamos constar el que entiende de estas cosas)
|